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[Dell'area di competenza 8. Costruzione della Mente e Neuroscienze]Con el término “teoría del protomental” he formulado una teoría del desarrollo psíquico, que he elaborado desde 1978 hasta la actualidad. Dado que esta teoría ha sido delineada en muchos trabajos, incluso en volúmenes, no es posible resumirla en el espacio de un artículo de revista: me limitaré por lo tanto a dar de ella sólo una noticia (incluso para superar la barrera lingüística, particularmente para el italiano), presentándola esquemáticamente, y enviando al lector que desee conocerla mejor a mis escritos indicados en la bibliografía.
Las hipótesis energético-pulsionales de Freud están en la base de aquella parte de la tradicional teorización psicoanalítica que desde algunos decenios viene siendo criticada. Tales críticas proponen cada tanto modelos distintos, sin que sea claramente delineada, a mi entender, una alternativa a aquel valor explicativo que la originaria teoría freudiana poseía: la teoría energéticopulsional tiene un valor heurístico, que todavía conserva, porque sirve a la comprensión de los afectos y por lo tanto a la clínica; pero para Freud tenía también un valor explicativo, quizás más fértil que el primero, pero que hoy día no puede ser sostenido.
La epistemología moderna distingue, en cada ciencia, un nivel de conocimiento descriptivo, uno interpretativo, y uno explicativo (Imbasciati A., 1994). Los dos primeros tienen que ver, en grado diverso, con la comprensión (el “cómo”: “how” y “how well”) de los fenómenos observados, mientras que el tercero concierne a su explicación (el “por qué: “why”). Este último nivel exige, mucho más que los dos primeros, que la explicación esté de acuerdo con aquella que es alcanzada por otras ciencias que se ocupan, desde otro vértice de observación, de los mismos fenómenos. Freud, además de proveer una llave descriptivo-interpretativa para la comprensión de los eventos psíquicos (que permitiese comprender desde el interior la subjetividad y su desarrollo), tendía también a explicarlos, en un modo que se podría llamar objetivo, en línea con los descubrimientos y con las hipótesis de otras ciencias. Esto fue obtenido, justamente, con la teoría energético-pulsional, con la referencia al instinto y a una energía psicobiológica. Esto estaba en línea con las ciencias de la época, en particular con la neurofisiología (modelo del arco reflejo, de la descarga electrofisiológica, etc.), y con la termodinámica de entonces.
Tal acuerdo no es actual respecto de la moderna neurociencia, y esto es un motivo más para no acordar a la teoría freudiana un valor explicativo; aún si se la quisiera conservar, entendida en sentido metafórico como modelo (más que como teoría en sentido propio), de indudable valor heurístico para la clínica. Mi teorización, presentando un modelo en línea con el estado actual de las ciencias psico1ógicas y neuropsico1ógicas (y al mismo tiempo en el lecho del psicoanálisis), propone una alternativa al valor explicativo de la teoría freudiana.
Se trata, por lo tanto, de una teoría psicoanalítica que puede “explicar” el desarrollo prescindiendo de la hipótesis energético-pulsional de Freud. Espero que esto no levante prejuicios de excesiva y obsecuente custodia de la ortodoxia. Mi teoría tiene, por otra parte, el intento de tender un puente entre el psicoanálisis y las otras ciencias psico1ógicas, en particular la psicología cognitiva: he usado por ello el término “cognitivismo psicoanalítico”. Es mi opinión que el método psicoanalítico tiene una especificidad exclusiva, pero una teoría psicoanalítica no puede sobrevivir sin integrarse con las teorías de la mente que provengan de ciencias limítrofes.
La teoría freudiana entendida como teoría explicativa del desarrollo puede ser esquematizada así: una fuerza de origen natural, inserta en lo bio1ógico (líbido), empuja al ser humano a la satisfacción; ésta constituye la descarga natural de la energía; para conseguir la satisfacción y la descarga, el individuo se encuentra o desencuentra con la realidad y se adapta (concepto de adaptación, desarrollado por Hartmann, 1939); la energia se ramifica y se distribuye en tantas “pulsiones” que “invisten” los varios elementos de lo real que de este modo asumen su variado valor psíquico, una dinámica y una economía pulsional, con investimientos y desinvestimientos, angustia y defensas, determinan el desarrollo de la estructura psíquica de cada individuo singular. El esquema originario es reducible a: necesidad (bio1ógica) + frustración ambiental ÕÕÕ defensa ÕÕÕ e structura psíquica. 0 también, más simplemente:Naturaleza + Ambiente =Individuo; que recalca aquello de: Genotipo + Ambiente = Fenotipo.
Ciertamente la “realidad” de la cual habla el psicoanálisis no es simplemente una interacción con un ambiente inanimado, sino la compleja integración de las relaciones interpersonales, comenzando con las del bebé con las figuras parentales. De acá toma curso el concepto de “objeto” y todo el sucesivo desarrollo de las teorías de las relaciones objetales. Estas han sido elaboradas y usadas para describir y comprender el “cómo” se estructura la psiquis de los individuos, pero el “por qué” ha sido ubicado o reenviado a la tradición freudiana, es decir a la hipótesis de una “energía” que, modelada de cierta “realidad”, despliega una dinámica y una economía que conduce a la estructura psíquica singular.
Muchos autores han desarrollado una teoría de las relaciones objetales descuidando, sin confesarlo, el esquema energético pulsional: toda la escuela inglesa está en esta línea. Los desarrollos de la escuela de Bion, subrayando el aprender de la experiencia, parecen dar a entender que la estructuración de la mente no necesita de empuje endógeno (líbido, pulsión), sino que deviene por aprendizaje, cuyas leyes no aparecen necesariamente ligadas al paradigma freudiano ni colocables en el cuadro de la teoría energético-pulsional. También el concepto de agresividad, que en Klein aparece ligado (según mi criterio sólo formalmente), al concepto de instinto de muerte, viene sucesivamente desvinculado del paradigma instintual (véase la obra de Money Kyrle R., 1955, 1968) y en la escuela bioniana sustituido por el concepto de destructividad que, desprovisto de connotaciones explicativas (el “por qué”) es usado para describir una modalidad relacional (un “cómo”), anclada al concepto de fantasía más que al de pulsión.
Los desarrollos de las teorías objetales han determinado notables disidencias en el seno del psicoanalísis tal que muchos autores han tratado de integrar los dos modelos, et pulsional y el objetal: ejemplo típico lo encontramos en la obra de Kohut H. (1971-1977); conocidos en este propósito han sido también los trabajos de Gedo J.(1973) y de Modell A. (1975). Otros autores se han pronunciado explícitamente contra la hipótesis energético-pulsional sobre la cual se apoya gran parte del edificio teórico freudiano, y la metapsicología en principio. Véase, a puro título ejemplificativo, la obra de George Klein (1976) y la reseña del problema hechá por Eagle M. (1984).
Las tentativas de conciliar los dos modelos, superponiendo las teorías objetales al edificio teórico freudiano, se basan usualmente sobre el asunto de que son los hechos clínicos los que determinan cuál de los dos modelos es el más útil. Un modelo y una teoría son “instrumentos” para la comprensión de la clínica y para la consiguiente modulación de la intervención; como tales no son ni verdaderos ni falsos, el criterio operativo determina su adopción.
Encuadrado sobre un relativismo de la teoría, el problema podría parecer resuelto. Todavía la diferencia entre los dos modelos y las respectivas teorías del desarrollo de la mente, no son homologables: el primero, en verdad freudiano, conserva un valor explicativo -el “por qué”-, mientras el segundo aparece focalizado sobre el “cómo”. La ambición explicativa, en los autores que usan el segundo tipo de teoría, permanece en suspenso, reenviada a las primerísimas relaciones objetales. Serían estas relaciones, neonatales e incluso fetales, las que determinarían las primeras estructuras, que a su vez condicionarían los sucesivos “aprendizajes”. De aquí el interés por las investigaciones que conjugan el psicoanálisis, la observación del neonato y el feto y la psicología experimental. Es ejemplificadora la obra de Stern D. (1985).
El reenvío a las primerísimas relaciones objetales, o sea a las experiencias neonatales yfetales, no explica todavía el originario “por qué” del inicio de una estructura funcional, psíquica, capaz de desarrollar en su interior todas las sucesivas y progresivamente complejas funciones. Se comprende cómo las primeras relaciones objetales (también las fetales), condicionan la adquisición de las primeras capacidades funcionales; pero no se explica por qué de una experiencia, que es inicialmente siempre receptora de estimulos, se pasa a la capacidad de procesarlos. Una explicación biologista parece ingenua, incluso para el psiquismo fetal.
El interés de individualizar un por qué similar (acerca del pasaje de lo bio1ógico a lo psíquico y por tanto al inicio de los procesos de aprendizaje) mueve a mi criterio el pensamiento de Bion, en la atención específica que é1 dedica a la modalidad de pasaje de una experiencia de los sentidos, no mentalizables (sensorialidad o sensualidad; por ejemplo elementos – ), una experiencia utilizable para construir la “mente”, o bien a los factores que generan la capacidad de “aprender de la experiencia” (pasaje de – a,).
El interés de Bion en el pasaje de la sensorialidad al pensamiento me parece superponible a aquello que había movido las investigaciones de los psicó1ogos experimentales sobre el origen de la percepción, en la distinción entre elementos sensoriales y aquella organización que está implicada en el acto perceptivo: en psicología experimental se ha confundido largamente y superpuesto la recepción sensorial (sensación) con la capacidad de “leer” y organizar la sensorialidad. Só1o este último evento es “percepción”: un proceso activo, distinto de la simple recepción, que presupone por lo tanto, capacidad funcional. El proceso perceptivo hoy día es considerado uno de los primeros eventos “mentales”. Pero, cómo ¿se pasa de la organización debida a la morfología de los receptores sensoriales a la organización perceptiva? La primera puede ser imputada a la constitución y a la maduración de los receptores y de las vías neuronales, pero la segunda implica una funcionalidad (lectura delinput por obra de una memoria precedente), que presupone un previo aprendizaje: ¿puede esto ser explicado sólo por la maduración bio1ógica? ¿O más bien presupone otras funciones también ellas adquiridas por experiencia? ¿O presupone que existe ya una mente? Retoma un antiguo dilema de los filósofos (véase Leibnitz y Berkeley: “Nada hay en el intelecto que no haya entrado por los sentidos”, a lo cual se replicó: “excepto, precisamente, el intelecto”). Un tal último intelecto -no se lo supone inserto o fusionado en la naturaleza- necesita de una explicación acerca de su origen. Hoy se estudia el psiquismo fetal, pero el problema de una explicación permanece trasladado sobre el cómo (y eventualmente sobre el por qué) desde la experiencia fetal se originan las primeras capacidades mentales (Manfredi P., Imbasciati A., 1997).
¿Qué es, entonces, lo que pone en marcha al “motor”, por así decir, por el cual el sustrato neuronal adquiere funciones que dan lugar a la construcción progresiva de la mente? ¿Es así que esta mente deviene capaz de aprender?
Las ciencias cognitivas están elaborando las así llamadas teorías constructivistas de la mente, que parecen poder superar el impasse descripto anteriormente: la mente se autoconstruye por la estructuración progresiva de adquisiciones funcionales, sobre la base de la experiencia (lo “social”, subrayado por algunos autores cognitivistas, o lo “objetal” primario, según los psicoanalistas) en un circuito de causa-efecto entre experiencia y estructura neuronal. Un precursor de esta posición puede ser considerado Kelly G. (1955); entre los autores más recientes pueden ser citados Maturana H. y Varela F. (1985); Watzlawick P. (1986); Gilli A. y Marchetti L. (1992); Camaioni L. (1993). Estos modelos consideran las estructuras afectivo-emotivas como esquemas cognitivos de base (Plutchik R. 1980), adquiridos en épocas precocísimas. Tales concepciones pueden ser conectadas con los modelos eto1ógicos delimprinting y con la teoría eto1ógico-psicoanalítica de Bowlby J. (1969-1980, 1979) y los desarrollos de Lichtenberg J. (1989). En general el psicoanálisis actual considera en el inicio de la estructuración de la capacidad mental a las primerísimas relaciones objetales, neonatales y fetales (Mancia M., 1980; Piontelli A., 1987; Nathanielz, 1990; Negri R,, 1993). Pero esto no aclara el motivo por el cual se inicia adquisición de tal capacidad: se aclaran muchos “cómo”, pero el “por qué” permanece incierto.
Freud edificó su teoría energético-pulsional, haciendo el intento explicativo del “por qué”, hipotetizado en lo bio1ógico. El, en realidad, partió de la hipótesis de un presunto sustrato bioquímico de las pulsiones (Freud S., 1882-95, pp.347; 1901, pp. 394 y sig.; 1905, pp.479 y sig.; 521 y sig.; 1906, pp. 223 y sig.; 1914, pp. 448; 1915a, p. 21; 1915b, pp. 478). Esta hipótesis aunque desarrollada con la debida cautela, era compartida con entusiasmo, al punto que é1 auguraba que un día la bioquímica podría suplantar la clínica psicoanalítica. La idea de un por qué bio1ógico, o por lo menos “natural”, permaneció largamente implícita en el ánimo de los psicoanalistas: cuando se abandonó la futurología freudiana acerca de un sustrato bio1ógico, se la continuó largamente usando el concepto de pulsión y toda la teoría energético-pulsional; explícitamente los conceptos eran usados en un sentido metafórico, por su indudable valor heurístico para la clínica, pero implícitamente, según mi criterio, el énfasis prolongado sobre ellos es atribuida a su fascinación explicativa, por su reenvío al “por qué”. Un por qué “natural”, mantenido “sin plazo” que ha desviado a los psicoanalistas, a mi entender, de buscar un otro “por qué” alternativo. De tal modo aunque la teoría energético-pulsional desde hace décadas fue ampliamente criticada a favor de teorías objetales, éstas no han sido desarrolladas al punto de encontrarles un valor explicativo, sólo son usadas para la comprensión clínica.
A mi entender ellas pueden ofrecer en cambio, en concurso con los actuales desarrollos de otras ciencias psico1ógicas y neuro-psico1ógicas, una línea de desarrollo que pueda tender a individualizar también el “por qué”: aquel por qué que pone en movimiento el desarrollo psíquico en las prímerísimas épocas de la vida.
En este cuadro he desarrollado, partiendo de algunas premisas de Bion, mi “teoría del protomental”.
En la obra de Bion W. (1962, 1963, 1965, 1967, 1970, 1974, 1978), pueden ser nucleadas tres intuiciones sobre el funcionamiento mental y sobre el origen del desarrollo que, a mi entender, tienen valor de descubrimientos, desde la clínica a la teoría, debidos al método de la escuela kleiniana y a los modelos teóricos de las relaciones objetales. (Véase “método”, “descubrimientos”, “teorías”: Imbasciati A., 1994). Ellas pueden ser así resumidas:
1) Los afectos profundos, inconcientes, radicados en el mundo infantil, son la base del pensamiento. Ellos mismos son pensamiento. Por tanto los procesos cognitivos provienen de los afectos.
2) Los afectos están constituidos por fantasías (en sentido kleiniano), que implican objetos internos. Estos y aquellos se originaron de las primerísimas relaciones del bebé mediante complejos procesos de interiorización, que condujeron a la constitución de un “mundo interno”: sobre esta base el individuo desarrolla sus ligámenes con las personas que lo circundan, su relación con lo real, su aprender de la experiencia, su propia estructura psíquica, y en consecuencia su propia capacidad cognoscitiva.
3) Los objetos internos (las relaciones entre ellos constituyen fantasías y en consecuencia afectos), son los elementos constitutivos del pensamiento, es decir del modo como se conoce el mundo: el mundo externo a través del mundo interno y a través de las relaciones.
Los dos primeros núcleos conceptuales sancionan, de una vez por todas, que los afectos no pueden ser concebidos como relativos a una entidad: por ejemplo, la líbido y las pulsiones no pueden ser concebidas como si fuesen de una “sustancia” distinta de cuanto constituye la cognición. Cae así la dicotomía cognición-afecto, que Freud había tratado de componer y explicar con la compleja relación entre investimientos libidinosos y objetos reales conocidos, dando por descontado, por otra parte, que estos ùltimos debían ser percibidos y representados automáticamente, por obra de la estructura cerebral, salvo la modulación debida a las investiduras (véase Representación y principio de constancia, Imbasciati A., 1991). Se delinea entonces que la cognición (del mundo externo, y más complejamente del sí mismo), es mediada por los objetos internos. Aquí Bion adhiere al pensamiento de Money Kyrle (sin mencionarlo), quien más explícitamente había afirmado que los objetos internos son el medio por el cual (en un modo algo diferente al adulto), el bebé se representa el mundo y, por lo tanto construye (Money Kyrle introduce el término de pirámides conceptuales”, 1968) las representaciones y después los conceptos con los cuales percibe y conoce la realidad.
La capacidad de conocer el mundo depende de la posibilidad de representárselo en un modo más o menos adecuado; se delinea entonces el problema del “valor representacional de los objetos internos” y de la relación entre los objetos internos y representaciones en sentido estricto: aquellas representaciones que gradualmente también pueden asumir los caracteres nítidos y precisos que permiten el pensamiento conciente. Podemos razonablemente suponer que existe un continuum entre las funciones representacionales de los objetos internos y las representaciones en sentido estricto: continuum en la diacronía del desarrollo infantil y en los procesos inconcientes del pensamiento del adulto. Bion sobreentiende este continuumproponiéndonos su “tabla”.
La observación de los infantes y el análisis de niños parecen confirmar tal continuidad. A lo largo de esta progresión se pasaría de protorepresentaciones que no tienen conformidad con los objetos reales (así en realidad el bebé se representa el mundo, a través de sus objetos internos deformes con respecto a cualquier realidad) a otras, en las cuales tal conformidad comienza a ser en modo aproximado y así, poco a poco, hasta las representaciones en sentido estricto. Tendríamos así una cadena de significantes internos que sirven progresivamente para significar cada vez mejor la realidad. La existencia, o mejor la construcción de significantes cada vez más idóneos para representar la realidad, no elimina la persistencia y la pregnancia de los primeros: los objetos internos primarios permanecen (y actúan) también cuando hay veraces y apropiadas representaciones. La existencia de una continuidad progresiva entre objetos internos y representaciones no elimina el concepto psicoanalítico de conflicto: éste último puede ser deseripto en términos representacionales, antes que energéticos, como discrepancia y contradicción de significados a lo largo de la cadena de las representaciones significantes (1981-1983). Esto correspondería a la “mentira interior” de Bion.
Bion propone por otra parte, de modo focal, el problema de cómo se pasa de los sentidos a lo mental: evidentemente se hace la pregunta de qué cosa hace “preparar el motor”, por lo cual de las aferencias neuro1ógicas -debidas a la morfofisiología de los receptores- se pasa a otra cosa que puede venir elaborada y adquirida (por lo tanto memorizada), como capacidad de pensamiento y que permite cada sucesivo “aprender de la experiencia”. El problema está resuelto por Bion con los conceptos de elementos a, elementos ß, función a, etc. Por debajo del modelo abstracto, matemático de Bion está el mismo problema, a mi entender, que han presentado los psicó1ogos experimentales estudiando el proceso de la organizaci6n perceptiva, y sobre todo el concepto de representación como base mnésica para que devenga aquella “lectura” que da origen a la percepción y al sucesivo desarrollo del aprendizaje. De tal modo la percepción resulta el proceso psíquico de base sobre el cual se dará lugar a los otros procesos cognitivos.
El planteo bioniano abre entonces tres interrogantes, ubicables en la investigación del “por qué” del desarrollo psíquico que mi teoría trata de colocar en un cuadro que tenga en cuenta el desarrollo actual de las ciencias psico1ógicas experimentales. El primer interrogante concierne a la gènesis de los objetos internos: decir que se originan en las relaciones es veraz aunque un tanto simple; es menester en realidad describir, y luego explicar, cómo la aferencia sensorial, que es por siempre el medio físico de cada comunicación entre los seres vivientes y por tanto también de cada relación interpersonal, deviene objeto interno. Se deriva el segundo interrogante: cómo es posible conceptualizar el aprendizaje primario como pasaje de la información meramente sensorial (input) a organizaciones mentales poseedoras de valor representacional (objetos internos, primero, representaciones en sentido estricto después); o bien cómo es posible conceptualizar en modo más detallado el pasaje general de los sentidos a la mentalización, de cuanto lo permiten los modelos abstractos de Bion. El tercer interrogante, que subviene a los precedentes, concierne a un posible análisis del proceso perceptivo en términos que sean comunes a la psicología experimental y a la psicofisiología y que puedan, con el tiempo, ser colocados y utilizados en el cuadro psicoanalítico: esto es la relación entre la génesis de la perceptión y la génesis de los objetos internos.
A los tres interrogantes anteriores que surgen desarrollando la teoría bioniana, se agrega un cuarto vinculado con la posibilidad de una teoría psicoanalítica con un poder “explicativo”, y por tanto compatible con eso que hoy dicen otras ciencias. En los tiempos de Freud las neurociencias de entonces hablaban en términos homologables al concepto de energía y transformación de la energía: Freud hab1ó de libido y pulsión. Hoy las ciencias experimentales exponen el problema subrayando cómo la mente implica la capacidad de procesar los input que recibe, de modo tal que resulta una actividad capaz de “leer” la experiencia externa, y interna, podemos agregar. Mi teoría tiende a conceptualizar en estos términos la experiencia que deriva de las relaciones objetales.
Si la hipótesis energético-pulsional no puede más ser invocada para explicar el origen de lo psíquico, es menester una teoría alternativa. Creo que el psicoanálisis se mueve hacia este horizonte a través de múltiples y diversos estudios de varios autores. Muchos de éstos individualizan respuestas evocadas, también complejas, de determinadas configuraciones de estímulos como la base de una actividad “mental” que permite sucesivos aprendizajes. Ogden, por ejemplo (1986), llama instinto (a mi entender en una acepción impropia) a un código innato para la lectura de ciertas experiencias: úna organización funcional vendría a adquirirse con la aparición de ciertas experiencias pero por la presencia de una predisposición bio1ógica. Esto sería homologable al concepto de preconcepción de Bion. Este autor considera a los mecanismos de identificación proyectiva para explicar el pasaje de una actividad mental no idónea para leer la realidad a otra, capaz de aprender.
A mi entender la identificación proyectiva nos ayuda a comprender el cómo del proceso de preparación de la mente, pero poco el por qué. Esto último no puede prescindir del problema de individualizar el pasaje de las aferencias sensoriales (de la experiencia, y, agrego también de la interna) a la capacidad de procesarlas, desde la experiencia misma. Se trata de la capacidad de organizar los singulares y múltiplesinput reunidos en unidades operativas que hagan posible las “operaciones” mentales. En esta operación se mueve mi teoría, partiendo de las relaciones objetales y formulando un modelo por el cual la fuente de experiencias sea concebible en términos homologables a eso que anticipamos como aferencia, input, procesamiento, lectura, memoria de lectura y demás. Espero que mi tentativa teórica pueda ser integrada y superada en la confrontación con el pensamiento de otros estudiosos.
El modelo que he elaborado (me perdona el lector si en el espacio de un artículo estoy constreñido a ser esquemático), parte de la psicofisiología sensorial para explicar el desarrollo psíquico desde su inicio, utilizando los conceptos psicoanalíticos (1981). Esto correspondería a darles a tales conceptos un valor probatorio, además de heurístico y clínico, para la “explicación”. El modelo es de tipo constructivista y tiene en cuenta principios elementales de la cibernética. El cerebro es comparable a una gran calculadora y la mente es el conjunto de los “programas o de las funciones, que han sido imaginarizadas o “aprehendidas”. Con la variación de éstas, varían las capacidades globales de la calculadora: la estructura psíquica es el conjunto de tales funciones, variables en cada individuo. Inicialmente vienen apresadas las funciones más elementales: esta inicial memorización de funciones, que constituye el núcleo primario de la mente, modula cada sucesivo aprendizaje y cada sucesiva y progresiva memoria de nuevas funciones y contenidos, unas y otras inseparables entre sí. De tal modo la mente aprende y al mismo tiempo se autoconstruye, en su misma capacidad de aprendizaje.
Cada aprendizaje dependerá, más que de la potencialidad del hardware (el cerebro del homo sapiens), del input, o del conjunto de inputs: o bien debemos investigar en la sensorialidad el origen de la estructuración de la memoria. Esto es fácil de concebir considerando una mente ya desarrollada (“entrenada”, por así decir), pero deviene problemático si consideramos el inicio, en el nebuloso surgir de los afectos: ya sea porque debemos hacer las cuentas con la sensorialidad neonatal y fetal, o sobre todo porque debemos explicar cómo deviene la primera memorización, desde el momento que para memorizar es menester la percepción y porque si hay percepción hay procesos de reconocimiento, lectura y, por tanto, memoria precedente.
El input neurosensorial considerado como entidad puntual (singular estimulación de singulares cé1ulas receptoras), no entra en la memoria: no entra en aquella bioquímica que se deposita en el R.N.A., ni se conserva largamente como trazo bioeléctrico. El input debe ser “leído”, para ser memorizado; por la lectura se reconoce el “conjunto” que lo compone. Para que un “conjunto sea “legible” es necesario por tanto una correspondiente traza mnésica que constituye la unidad homóloga de lectura: todo eso en correspondencia con aquellos eventos neurofisiológicos que sostienen el reconocimiento perceptivo, o mejor dicho la “lectura” de los elementos que darán lugar a la perecepción.
Se presenta ahora una serie de interrogantes. ¿Cómo se forman las primeras unidades de lectura? ¿Cuáles son los “conjuntos” de inputs que van a constituir la primera memoria? ¿Existen conjuntos que por sí mismos vienen memorizados y que entonces pueden constituir la primera unidad de lectura? Dicho de otra forma, si también para los primeros inputs es menester unidades de lectura, ¿cómo se puede iniciar la primera “función” que permita la primera memorización? ¿Hay un problema de “ensamble” de los singulares inputsneurosensoriales, que permiten o no que sus huellas sean memorizadas? ¿Por qué y cómo estas huellas devienen memorizadas? ¿Cuáles son las características de estos primeros ensambles de conjuntos de huellas, que constituyen por lo tanto las primeras protorepresentaciones y por tanto las primeras percepciones? ¿Cuáles son las modalidades de ensamble de los inputs y de las respectivas huellas, que permiten la constitución de primeras “funciones”, que a su vez permiten los primeros aprendizajes? ¿Hay varios órdenes graduales de protorepresentaciones? ¿Cuáles son las respectivas modalidades de ensamble? Todos estos interrogantes en términos neuropsicofisiológicos sostienen otros tantos en términos psicológicos: ¿qué cosa percibe un neonato? ¿Qué cosa percibe un feto? ¿Cuáles son las representaciones (o mejor protorepresentaciones) que un neonato (y puede ser también un feto de embarazo avanzado) debe indudablemente ya tener para poder percibir? ¿Cómo son formadas? ¿Qué tipo de aprendizaje de la experiencia ha sucedido y qué tipo de aprendizaje permite esto? Eso que llamamos “afecto”, ¿cómo se forma? El neonato y el feto no tienen conciencia, pero el hecho no nos exime de considerar los procesos perceptivos y por lo tanto examinar cuáles son los engramas protorepresentacionales que permiten la lectura perceptiva. Análogamente, podemos estudiar entonces el inconciente del adulto. La tabla de Bion nos ayuda a no considerar la percepción y los otros procesos concientes como de naturaleza distinta a aquellos inconcientes. Ahora todas las preguntas arriba mencionadas, ya sea formuladas en términos explicativos neurofisiológicos, o en términos descriptivos de la observación propia de la psicología experimental, ¿son útiles para el psicoanálisis? ¿Qué conceptos psicoanalíticos se les superponen, encontrándoles la explicación? Por ejemplo, los objetos internos, de los cuales habíamos subrayado el valor protorepresentacional para las primeras percepciones -conocimiento del mundo, ¿a qué cosa corresponden en términos de ensamble de huellas de input de variada sensorialidad? ¿Son ahora tales objetos internos la base de un cierto tipo de perceción, más que de alucinación? Así, cuando en psicoanálisis se dice que el objeto real ausente es percibido como un objeto malo presente, ¿qué tipo de percepción tiene el neonato de aquellos inputs en los cuales se presentifica -esto es se percibe- este “objeto malo”? No se trata sólo de un objeto de afectos, sino también de un objeto perceptivo (Imbasciati A., 1993). El neonato puede, en realidad, aterrorizarse por un ruido inusual: esto quiere decir que aquel ruido ha sido percibido (leído, a través de unidades de lectura protorepresentacionales), como si fuese un objeto malo. ¿Qué unidades de lectura protorepresentacionales han sido puestas en juego? Estas unidades, ¿con qué huellas de qué sensorialidad han sido construidas? Y cuando el bebé transforma las aferencias interoceptivas del hambre en una percepción de objeto malo externo, ¿qué género de representaciones intervienen? Hay entonces un continuum entre alucinación y percepción y por cada grado de tal continuum son necesarias unidades representacionales.
Todavía en psicoanálisis (y en Bion en particular), se dice que los mecanismos esquizoparanoides no permiten distinguir la realidad interna (objetos malos) de la externa, por eso ésta es percibida como amenazante y deformada de la realidad efectiva. En este tipo de mecanismos y de consecuentes percepciones (o alucinaciones), ¿qué tipo de protorepresentaciones intervienen? ¿Qué ensamble de huellas externas y internas vienen “mezcladas”, si se da la confusión perceptivo-alucinatoria? Si consideramos los procesos inconcientes del adulto y la presencia de la oscilación PS-D descripta por Bion, en la polaridad PS (esquizoparanoide), ¿qué “metabolismso” de huellas protorepresentacionales deviene?
Análogamente, el viraje depresivo, ¿a qué cambios de ensamble de huellas protorepresentacionales corresponde? ¿Es est último “reensamble” el que permite el surgimiento de una percepción adecuada a la realidad y luego la dimensión conciente de la percepción misma?
Muchos otros interrogantes pueden ser expuestos para dar a otros conceptos psicoanalíticos una explicación basada en términos neuropsicológicos. En particular he conceptualizado el conflicto en términos representacionales, la escisión, las otras defensas (1981-1983). Pero sobre todo he tratado de reconsiderar enteramente el proceso de simbolización. El psicoanálisis lo ha presentado repetidamente de varios modos. Bion propone una progresión de elementos primarios de origen sensorial hasta productos más complejos que constituirán la base de las funciones de pensamiento más evolucionadas y concientes.
En mi teoría, esto se traduce como construcción de progresivos significantes, considerados como varios órdenes de ensambles representacionales. En esta perspectiva, los interrogantes sobre la génesis de la percepción (y de la alucinación) se repiten y se multiplican: ¿cuáles son los distintos órdenes de protorepresentaciones o representaciones que intervienen paulatinamente en la construcción de los distintos tipos de funciones mentales, cada vez más complejos, respecto de aquellos perceptivos? También para la adquisición de “funciones” es necesario que haya en la memoria un correspondiente esquema operacional, es decir que haya una representación de funciones. ¿Cómo vienen a constituirse, o a construirse, estos “engramas”? En esta perspectiva la formación del simbolo está reconsiderada como la obra de autoconstrucción de toda la mente: el “protomental” constituye el fundamento; la teoría del protomental propone una descripción posible de “explicación”.
Me doy cuenta que la avalancha de interrogantes que he propuesto puede desconcertar al lector y quizás disponerlo mal frente a las perspectivas que se abren por mi teorización.
Por otra parte no puedo dejar de correr este riesgo ya que no es posible condensar en un artículo, sin hacerlo esquemático y apodíctico, todo cuanto ha sido expuesto en varios volúmenes. Un aislamiento relativo, cultural y lingüístico, en el cual ha crecido mi producción, agudiza este riesgo. Por otra parte pienso que, precisamente en estos últimos tiempos, en los cuales la IPA recomienda que el psicoanálisis se abra a otras ciencias (sobre todo a aquellas limitrofes), puede ser útil que yo haga conocer mi trabajo.
Mi teoría no pretende dar respuesta definitiva a todos los interrogantes arriba esbozados. Ella da respuestas posibles a la investigación del “por qué” de los procesos psíquicos y de su desarrollo; está por tanto constituida por la red lógica de tales interrogantes. En este sentido ella se coloca en el espíritu que animaba a Freud: buscar, no sólo el modo de describir y comprender los procesos psíquicos, y por tanto de intervenir en el cuarto de análisis, sino también su explicación, el “por qué”. Freud buscó ésta sobre la base del estado de las clencias neurofisiológicas de su tiempo y concibió su teoría energético-pulsional; hoy debemos buscarla individualizando otras vías, otras hipótesis, otras teorías, sobre la base de principios cibernéticos y del estado actual de las ciencias psicológico-experimentales.
RESUMEN
El autor expone las premisas epistemológicas de una teoría del desarrollo de la mente, elaborada en volúmenes precedentes.Freud construyó su teoría energético-pulsional no sólo para comprender el “cómo” de los procesos psíquicos, sino también para hipotetizar el “por qué”: tales hipótesis fueron formuladas de acuerdo y en analogía con los descubrimientos de las ciencias físicas y neurofisiológicas de su época. Esta parte de la teoría freudiana ha sido hoy abandonada, a favor de teorías de las relaciones objetales. Estas describen más adecuadamente la formación de la mente y su desarrollo, pero todavía no los explicación suficientemente. La descripcióndel cómo es eficaz, pero la explicación, el por qué del surgimiento y desarrollo de las funciones mentales, es usualmente dejado en las sombras. La teoría del protomental, elaborada por el autor, es una teoría de las relaciones objetales que, partiendo de interrogantes no resueltos por Bion, se propone hipotetizar, más que el “cómo”, un “por qué” de las funciones psíquicas. Este propósito es seguido del mismo modo en el cual Freud operó, pero basándose en las ciencias psicológico-experimentales, psicofisiológicas y cibernéticas de nuestra época y, por tanto, formulando una teoría distinta.
SUMMARY
The author sets out epistemological introductory statements to a theory about mind development, elaborated in his foregoing volumes. Freud built up his energetic and instinctual theory not only to understand the “how” and the “how well” of psychic processes, but also to make an hypothesis on a “why”. These hypotheses were formulated according to and on the analogy of the discoveries of the physical and neurophysiological sciences of his time. This part of freudian theoresis is nowadays abandoned, in favour of object-relations theories. These theories describe more suitably mind forming and development, but they don’t explainthem adequately. The description, concerning the how and the how well, is efficacious, but the explanation, regarding the why of beginning and developing of the mind functions, is generally neglected. The Protomental Theory, elaborated by the author, is an object-relations theory which, by starting from some Bion open questions, aims to make an hypothesis not only on the “how”, but also on a “why” of psychic functions. This purpouse is pursued in the same way as Freud did, but on the basis of experimental psychological, psychophysiological, and cybernetic sciences of nowadays, so that a different explicative theory may he formulated.
RESUME
Dans ce travail I’auteur expose les prémisses épistémologiques d’une théorie du développement mental, elaborée dans une oeuvre précédente.
Freud a construit sa théorie énergétique pulsionnelle non seulement dans le but de comprendre le “comment” des processus psychiques mais aussi pour en faire une hypothèse du “pourquoi”: de telles hypothèses ont été formulées en analogie avec les découvertes des sciences physiques et néurophysiologiques de son époque. Cet aspect de la théorie freudienne a été aujourd’hui oubliée en bénefice des théories des relations objectales. Celles-ci décrivent plus exactement la formation de I’appareil mental et son développement, mais ne l’expliquent pas encore suffisamment. La description du comment est efficace, mais l’explication, le pourquoi du surgissement et du développement des fonctions mentales est souvent laissé de côté. La théorie Protomentale, é1aborée par l’auteur, est une théorie des relations d’objet, laquelle, partant de questions non résolues par Bion, se propose formuler des hypothèses non seulement par rapport au “comment” mais aussi au “pourquoi” des fonctions psychiques. L’auteur poursuit ce propos avec la même méthodologie utilisée par Freud, mais tout en se servant des sciences psychologique-expérimentales, psychophysiologiques et cybernétiques de notre époque, de façon à formuler une théorie différente.
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Antonio Imbasciati
Via Celio, 2
20148 Milan
Italia
mots clé: Relation d’Objet, cognitivisme, psychanalyse
1) Compréhension et explication
Par le terme de «théorie du protomental» j’ai voulu indiquer une théorie du développement psychique, que j’ai élaborée depuis 1978 jusqu’à aujourd’hui. Puisque cette théorie a été expliquée dans de nombreux travaux, même en volume, il n’est pas possible de la résumer ici dans l’espace d’un article de journal: je me limiterai donc à en donner connaissance (dans le but aussi de surmonter les barrières linguistiques, particulières pour l’italien) en la présentant ici schématiquement, en demandant au lecteur qui désirerait mieux la connaître de consulter mes textes, que j’ai indiqués dans la bibliographie, et en particulier le dernier (1998).
Les hypothèses énergético-pulsionnelles de Freud résident à la base de la partie traditionnelle de la théorisation psychanalytique, critiquée depuis quelques décennies. Ces critiques proposent tour à tour des modèles différents, sans cependant, à mon avis, tracer clairement une alternative à la valeur explicative que possédait la théorie freudienne originale: la théorie énergétique pulsionnelle a, en effet, une valeur heuristique qu’elle conserve encore aujourd’hui, à savoir qu’elle sert à la compréhension des affects et donc pour la clinique; cependant elle avait aussi une valeur explicative qui, pour Freud, était peut-être plus prégnante encore que la première, mais que nous ne pouvons pas soutenir aujourd’hui.
Dans chaque science, l’épistémologie moderne distingue un niveau de connaissance descriptif, un niveau interprétatif et un niveau explicatif (Imbasciati, 1994). Les deux premiers concernent, avec un degré différent, la compréhension (le «comment»: «how» et «how well») des phénomènes observés, alors que le troisième concerne leur explication (le «pourquoi»: «why»). Bien plus que les deux autres, ce dernier niveau exige que l’explication soit conforme à celle qui est atteinte par les autres sciences qui, d’un autre point d’observation, s’occupent de ces mêmes phénomènes. Freud ne fournit pas seulement une clé descriptive et interprétative pour la compréhension des événements psychiques (qui permettrait de comprendre «de l’interne» la subjectivité et son évolution), il désirait aussi les expliquer, d’une manière qui puisse se dire objective, en ligne avec les découvertes ou, tout du moins, avec les hypothèses des autres sciences. Cela, justement, a été obtenu, avec la théorie énergético-pulsionnelle, avec une référence à l’instinct et à une énergie psychobiologique, en ligne avec les sciences de l’époque, en particulier avec la neurophysiologie (modèle de l’arc réfléchi, de la décharge électrophysiologique, etc…) et avec la thermodynamique de l’époque.
Cet accord n’est plus actuel, par rapport aux neurosciences actuelles: par conséquent, nous ne pouvons pas attribuer à la théorie énergético-pulsionnelle une valeur explicative; même si on désire la conserver, entendue dans le sens métaphorique, comme modèle (et non comme théorie dans le sens propre) d’une valeur heuristique évidente pour la clinique. Ma théorisation présente un tableau conforme à l’état actuel des sciences psychologiques et neuropsychologiques (et à la fois dans le domaine de la psychanalyse). Elle se propose, par conséquent, comme une alternative explicative à la théorie énergético-pulsionnelle.
Il s’agit donc d’une théorie psychanalytique en mesure «d’expliquer» le développement en faisant abstraction des hypothèses énergético-pulsionnelles de Freud. J’espère que cela ne soulèvera pas de préjudices chez quelques gardiens, trop respectueux, de l’orthodoxie. D’autre part, ma théorie vise à jeter un pont entre la psychanalyse et les autres sciences psychologiques, en particulier la psychologie cognitive: c’est pour cela que j’ai utilisé le terme de «cognitivisme psychanalytique». Je suis de l’avis que la méthode psychanalytique a une spécificité exclusive qui lui est propre, mais qu’une théorie psychanalytique générale ne survivra qu’en s’intégrant aux théories du développement mental qui proviennent des sciences limitrophes.
Au cours du développement de la psychanalyse, la théorie énergético-pulsionnelle a vite été mise en discussion: des auteurs comme Rubinstein (1967), Peterfreund (1973), Holt (1970, 1972), Schafer (1975), George Klein (1976) l’ont amplement critiquée, surtout dans ses intentions explicatives. Des alternatives ont été proposées à ces intentions (voir aussi Peterfreund) qui, toutefois, dans le monde psychanalytique, n’ont pas eu la résonance qu’elles méritaient. Je pense que cela peut être attribué au fait qu’entre temps se développaient les théories des relations objectuelles, d’une utilité clinique bien plus immédiate, mais qui ont cependant contribué à mettre dans l’ombre la distinction compréhension-explication, et aussi, à mon avis (1994), celle entre la méthode, la découverte et la théorie. Par conséquent, la psychanalyse semble avoir procédé sur des rails parallèles, sans aucune confrontation adéquate.
De nombreux auteurs ont développé une théorie des relations objectuelles en négligeant, sans l’avouer, le schéma énergético-pulsionnel: toute l’école anglaise suit cette ligne. Les développements de l’école de Bion, en soulignant que l’on apprend de l’expérience, semblent sous-entendre que la structuration du développement mental ne nécessite pas de poussées endogènes (Libido, pulsions) mais qu’elle a lieu par des apprentissages, dont les lois ne paraissent pas nécessairement liées au paradigme freudien, ni situables dans le cadre de la théorie énergético-pulsionnelle. Le concept d’agressivité, également, qui, chez Klein, semble lié (à mon avis – 1994 – seulement formellement) au concept d’instinct (de mort) est ensuite dégagé du paradigme instinctuel (voir l’oeuvre de Money Kyrle, 1995, 1968), dans l’école bionienne est remplacé par le concept de destructivité, qui, exempt de connotations explicatives (le «pourquoi», est utilisé pour décrire une modalité relationnelle (un «comment») ancrée au concept d’imagination, et non à celui de pulsion.
Les développements des théories objectuelles ont déterminé des écarts importants au sein de la psychanalyse, de sorte que de nombreux auteurs ont essayé de mettre ensemble les deux modèles, celui pulsionnel et celui objectif dont nous trouvons des exemples typiques dans l’oeuvre de Kohut (1971, 1977). A ce propos, sont également célèbres les travaux de Gedo (1973) et de Modell (1975). Les tentatives de concilier les deux modèles (Greenberg, Mitchell, 1983, Eagle, 1984) en superposant les théories objectuelles sur l’architecture théorique freudienne, se fondent généralement sur la thèse que ce sont les faits cliniques qui déterminent lequel des deux modèles est le plus utile: un modèle et une théorie sont des «instruments» pour la compréhension de la clinique et pour la modulation conséquente de l’intervention; en tant que tels ils ne sont ni vrais ni faux: c’est le critère opérationnel qui détermine leur adoption.
Posé sur un relativisme de la théorie, ce problème pourrait paraître résolu. Toutefois, la différence entre les deux modèles, et leurs théories correspondantes du développement mental, ne sont pas homologables: le premier en effet, celui freudien, conserve une valeur explicative (le «pourquoi»), alors que le second semble axé sur le «comment». L’ambition explicative, chez les auteurs qui utilisent ce second type de théorie, reste en suspens, renvoyé aux toutes premières relations objectuelles. Ces relations néonatales et même foetales détermineraient les premières structures (1) qui, à leur tour, conditionneraient les «apprentissages» successifs. D’où l’intérêt pour les recherches qui associent la psychanalyse, observation du nourrisson et du foetus et la psychologie expérimentale. L’oeuvre de Stern (1985) est exemplificatrice.
Le renvoi aux toutes premières relations objectuelles, ou de toute façon aux expériences néonatales et foetales, n’explique cependant pas le «pourquoi» originel du début d’une structure fonctionnelle, psychique, capable de développer à son interne toutes ses fonctions complexes successives. L’on comprend comment les premières relations objectuelles (celles foetales également) conditionnent l’acquisition des premières capacités fonctionnelles, mais cela n’explique pas le pourquoi d’une expérience qui, initialement, réside toujours bien dans la réception de stimuli, l’on passe à la capacité de les traiter. Une explication biologistique serait ingénue, même pour le psychisme foetal.
A mon avis (1991), l’intérêt de localiser un semblable pourquoi revient à Bion, dans l’attention spécifique qu’il consacre aux modalités de passage d’une expérience des sens, non mentalisable (sensorialité ou sensuosité: cfr éléments (), à une expérience utilisable pour construire la «structure mentale», à savoir aux facteurs qui génèrent la capacité «d’apprendre de l’expérience» (passage de ( à (). En d’autres mots, il s’agit d’expliquer le passage du biologique – le substrat neural – au mental, c’est-à-dire au premier apprentissage. Dilemme ancien pour les philosophes (cfr. Leibnitz et Barkeley: «nihil est in intellectu quod non fuerit prius in sensu», auquel on répondit: «nisi intellectus ipse»). Or, ce dernier intellectus, si on ne le suppose pas infus ou inné dans la nature, nécessite d’une explication quant à son origine. L’on étudie aujourd’hui le psychisme foetal, mais le problème d’une explication demeure: déplacé sur le comment (et éventuellement sur le pourquoi) de l’expérience foetale découlent les premières capacités mentales (Manfredi, Imbasciati, 1997).
Alors, qu’est-ce qui met en route le «moteur», pour ainsi dire, qui fait que le substrat neural commence à acquérir des fonctions, qui fait qu’elles permettent le début de la construction progressive des fonctions qui vont constituer l’appareil mental? Et de sorte que la structure devienne capable d’apprendre?
Les sciences cognitives élaborent actuellement ce que l’on appelle les théories constructivistes du développement mental, qui semblent pouvoir surmonter l’impasse que nous venons de décrire: l’organisation mentale s’autoconstruit grâce à la structuration progressive d’acquisitions fonctionnelles, sur la base de l’expérience (le «social», souligné par un certain nombre d’auteurs cognitivistes, ou «l’objectuel» primaire, selon les psychanalistes) dans un circuit de cause-effet entre l’expérience et les structures neurales. Nous pouvons considérer Kelly (1955) comme un précurseur de cette position; parmi les auteurs les plus récents citons Maturana et Varela (1985); Watzlawick (1986); Gilli Marchetti (1992) et Camaioni (1993). Ces modèles considèrent les structures affectivo-émotives comme des schémas cognitifs de base (Plutchik, 1980) acquis à des époques très précoces. Ces conceptions peuvent être reliées aux modèles éthologiques de l’imprinting et à la théorie éthologico-psychanalytiques de Bowlby (1969-1980, 1979), mais aussi aux développements de Lichtenberg (1989). En général la psychanalyse actuelle renvoie le début de la structuration des capacités mentales aux toutes premières relations objectuelles, néonatales et foetales (Mancia, 1980; Piontelli (1987); Nathanielsz, 1990; Negri, 1993). Mais cela n’éclaircit pas le motif pour lequel l’acquisition de ces capacités commence: de nombreux «comment» s’éclaircissent, mais le «pourquoi» reste incertain.
Freud a construit sa théorie énergético-pulsionnelle dans les visées d’expliquer le «pourquoi», supposé résider dans le biologique. En effet, il est parti de l’hypothèse d’un présumé substrat biochimique des pulsions (Freud, 1882-95 p 347; 1901, p. 394 et suiv.; 1905, p. 479 et suiv., p. 521 et suiv. 524 et suiv.; 1906 p. 223 et suiv.; 1914, p. 448; 1915a, p. 21; 1915b, p. 478). Cette hypothèse, bien que formulée avec la précaution qui s’impose, était partagée avec enthousiasme, au point qu’il souhaitait qu’un jour la biochimie supplante la clinique psychanalytique. L’idée d’un pourquoi biologique, ou de toute façon «naturel», était longtemps demeurée implicite dans l’esprit des psychanalystes: lorsqu’on abandonna la futurologie freudienne par rapport au substrat biologique, on continua encore longtemps à utiliser le concept de pulsion et toute la théorie énergético-pulsionnelle; explicitement les concepts étaient utilisés dans leur sens métaphorique, pour leur indubitable valeur heuristique pour la clinique, mais implicitement, à mon avis, l’emphase prolongée dont ils ont joui doit être attribuée à leur charme explicatif, dû à leur renvoi au «pourquoi». Un pourquoi «naturel», renvoyé sine die qui, à mon avis, a écarté les psychanalistes de la recherche d’un autre pourquoi alternatif. De sorte que, même si la théorie énergético-pulsionnelle est, depuis maintenant des décennies, largement critiquée en faveur de théories objectuelles, celles-ci n’ont pas été développées au point de chercher une valeur explicative et non seulement de compréhension et d’utilité clinique.
A mon avis, elles peuvent au contraire offrir, en même temps que les développements actuels d’autres sciences psychologiques et neuropsychologiques, une ligne de développement tendant aussi à déterminer le «pourquoi»; ce pourquoi qui met en route le développement psychique dans les toutes premières ères de la vie.
C’est dans ce cadre que, en partant de certaines bases de Bion, j’ai développé ma «théorie du protomental».
2) Du biologique au mental
Dans l’oeuvre de Bion (1962, 1963, 1965, 1967, 1970, 1974, 1978) nous pouvons discerner trois intuitions sur le fonctionnement mental et sur l’origine de ce développement qui, à mon avis, ont une valeur de découvertes, de la clinique à la théorie, dues à la méthode de l’école kleinienne et aux modèles théoriques des relations objectuelles (cfr. «méthode», «découvertes»,«théories»: Imbasciati 1994). On peut les résumer ainsi.
1) Les affects, ceux profonds, inconscients, enracinés dans le monde de l’enfance, résident à la base de la pensée. Ils sont eux-mêmes pensée. Par conséquent, les processus cognitifs émanent des affects. 2) Les affects se constituent de fantasmes (dans le sens kleinien), qui impliquent des objets internes. Ceux-ci et ceux-là tirent leur origine des toutes premières relations de l’enfant à travers des processus complexes d’intériorisation qui ont conduit à la constitution d’un «monde interne»: sur cette base, l’individu développe ses liens avec les personnes qui l’entourent, son rapport avec le réel, son apprentissage de l’expérience, sa structure psychique même et, par conséquent, ses capacités cognitives. 3) les objets internes (les relations entre lesquelles ils constituent des fantaisies et, par conséquent, des affects) sont les éléments constitutifs de la pensée, c’est-à-dire de la manière dont on connaît le monde: le monde extérieur, à travers le monde interne et à travers les relations.
Les deux premiers noyaux conceptuels énoncent, une fois pour toutes, que les affects ne peuvent pas être conçus comme relatifs à une entité, comme la libido et les pulsions, conçues comme si elles étaient presque d’une «substance» différente de ce qui constitue la cognition. Ainsi tombe la dichotomie cognition-affect, que Freud avait essayé de composer et d’expliquer par le rapport complexe entre les investissements de la libido et les objets réels connus, en donnant d’ailleurs pour sûr que ces derniers devaient être perçus et représentés automatiquement par la structure cérébrale, avec la sauvegarde d’une modulation due aux investissements (cfr. représentation et principe de la constance, Imbasciati, 1991). Le point 3) prend alors forme: la cognition (du monde extérieur mais aussi, et d’une manière plus complexe, de soi même) est réalisée par le biais des objets internes. Ici Bion adhère à la pensée de Money Kyrle (sans le mentionner), qui avait plus explicitement affirmé que les objets internes sont le moyen par lequel (d’une manière en quelque sorte différente de celle de l’adulte) l’enfant se représente le monde et, par conséquent, il construit (Money Kyrle introduit le terme de «pyramides conceptuelles», 1968) les représentations, puis les concepts avec lesquels il appréhende et connaît la réalité.
La capacité de connaître le monde dépend de la possibilité de nous le représenter d’une manière plus ou moins adéquate: alors apparaît le problème de la «valeur représentationnelle des objets internes» et du rapport entre les objets internes et les représentations dans le sens strict: ces représentations qui, graduellement, peuvent aussi prendre les caractères nets et précis qui permettent la pensée consciente. Nous pouvons raisonnablement supposer qu’il existe un continuum entre la fonction représentationnelle des objets internes et les représentations dans le sens strict: continuum de la dichotomie du développement enfantin et continuum dans les processus inconscients chez l’adulte. Bion sous-entend ce continuum en nous proposant sa «grille».
L’observation des bébés et l’analyse des enfants semblent confirmer cette continuité. Au cours de cette progression l’on passerait de protoreprésentations qui n’ont aucun lien avec des objets réels (c’est, en effet, ainsi que l’enfant se représente le monde, à travers ses objets internes, éloignés de toute réalité), à d’autres, dans lesquelles ce rapport commence à exister d’une manière approximative, et tour à tour jusqu’aux représentations dans le sens strict. Nous aurions ainsi une chaîne de signifiants internes qui, progressivement, servent à signifier toujours mieux la réalité. L’existence, ou pour mieux dire, la construction de signifiants tour à tour toujours plus adéquats à représenter la réalité, n’élimine pas la persistance et la prégnance des premiers: les objets internes primaires demeurent (et agissent) même en présence de véritables représentations. L’existence d’une continuité progressive entre les objets internes et les représentations n’élimine pas le concept psychanalytique de conflit: celui-ci peut être décrit en termes représentationnels, et non énergétiques, comme discordance et contradiction de significations le long de la chaîne des représentations signifiantes (1981, 1983). Ceci correspondrait au «mensonge» interne de Bion.
Bion propose en outre, de manière cruciale, le problème de comment des sens l’on passe au mental: bien évidemment il se pose la question de ce qui fait «démarrer le moteur», qui fait que des afférences neurologiques, dues à la morphophysiologie des récepteurs, l’on passe à ce quelque chose qui peut être élaboré et acquis (donc mémorisé) comme capacité de pensée; et qui permet tout «apprentissage de l’expérience» successif. Ce problème est résolu par Bion avec les concepts d’éléments (, d’éléments (, d’écrans (, de fonction (, etc. A mon avis, au-dessous du modèle abstrait, mathématique, de Bion, réside le même problème que les psychologues expérimentaux ont affronté en étudiant le processus de l’organisation perceptive et, surtout, le concept de représentation comme base mnestique pour que se réalise cette «lecture» qui est le point de départ de la perception et du développement successif de l’apprentissage. De cette manière, la perception s’avère être le processus psychique sur la base duquel peuvent avoir lieu les autres processus cognitifs.
La position bionienne donne alors lieu à trois questions, pouvant se situer dans la recherche du «pourquoi» du développement psychique et que ma théorie essaie de situer dans un tableau qui tienne compte du développement actuel des sciences psychologiques expérimentales. La première question concerne la genèse des objets internes: dire qu’ils tirent leur origine des relations est aussi vrai que simpliste; il faut, en effet, décrire, puis expliquer comment l’afférence sensorielle, qui demeure toujours le médium physique de toute communication entre les êtres vivants et par conséquent aussi de toute relation interpersonnelle, devient objet interne. De là découle une seconde question: comment peut-on conceptualiser l’apprentissage primaire comme passage de l’information purement sensorielle (input) aux organisations mentales ayant une valeur représentationnelle (objets internes, d’abord, représentations dans le sens strict, ensuite); soit, comment peut-on conceptualiser, d’une manière plus détaillée que nous le permettent les modèles abstraits de Bion, le passage plus général des sens à la mentalisation. La troisième question, qui découle des précédentes, concerne une analyse possible du processus de perception dans des termes qui seraient communs à la psychologie expérimentale et à la psychophysiologie et qui, en même temps, puissent être situés et utilisés dans le cadre psychanalytique: à savoir la relation entre la genèse de la perception et la genèse des objets internes.
A ces trois questions, qui surgissent en développant la théorie bionienne, s’en ajoute une quatrième, concernant la possibilité d’une théorie psychanalytique qui aurait aussi un aspect «explicatif» et, par conséquent, qui serait compatible avec ce que nous disent aujourd’hui les autres sciences. A l’époque de Freud, les neurosciences parlaient en termes homologables au concept d’énergie et de transformation d’énergie: Freud parla de libido et de pulsions. Aujourd’hui, les sciences expérimentales posent le problème en soulignant comment le fonctionnement mental implique la capacité de traiter les inputs reçus, de manière à ce qu’en ressorte une activité capable de «lire» les expériences; extérieures et internes, pourrions-nous ajouter. Ma théorie désire conceptualiser en ces termes les expériences qui découlent des relations objectuelles.
Si on ne peut plus invoquer l’hypothèse énergético-pulsionnelle pour expliquer l’origine du psychique, une théorie alternative sera alors nécessaire. Je crois que la psychanalyse se déplace vers cet horizon à travers de multiples études de différents auteurs. Nombre de ceux-ci font reposer sur des réponses, même complexes, évoquées par des configurations déterminées de stimuli, la base d’une activité «mentale» qui permettrait les apprentissages successifs. Ogden, par exemple, (1986), désigne par instinct (à mon avis avec une acception impropre) un code inné pour la lecture de certaines expériences: une organisation fonctionnelle serait ainsi peu à peu acquise à l’apparition de certaines expériences, mais grâce à la présence d’une prédisposition biologique. Cela serait homologable au concept de préconception de Bion. Pour expliquer ensuite le passage d’une activité mentale de ce genre, par conséquent non adéquate pour lire la réalité, à une autre plus proprement capable d’apprendre, ce même auteur appelle en cause les mécanismes de l’identification projective.
A mon avis, l’identification projective nous aide à comprendre le comment du procédé de mise en route d’un fonctionnement mental, mais très peu le pourquoi. Celui-ci ne peut pas faire abstraction du problème de déterminer le passage à partir des afférences sensorielles (de l’expérience et, j’ajouterai, de celle interne également) à la capacité de les traiter, de l’expérience elle-même. Il s’agit de la capacité d’organiser les inputs simples et multiples recueillis dans des unités opérationnelles qui rendent possibles les «opérations» mentales. C’est dans cette direction que s’oriente ma théorie, en formulant un modèle d’après lequel la source d’expérience des relations objectuelles est concevable en termes pouvant être homologués à ce que nous savons avoir lieu en tant qu’afférence, input, traitement, lecture, mémoire de lecture et ainsi de suite (2). J’espère que ma tentative théorique pourra être intégrée et dépassée dans la comparaison avec la pensée d’autres auteurs.
3) La théorie du protomental
Le modèle que j’ai élaboré (que le lecteur me pardonne si dans l’espace d’un article je suis contraint d’être schématique) prend son origine de la psychophysiologie sensorielle pour expliquer le développement psychique depuis son début. Le modèle est du type constructiviste et il tient compte des principes élémentaires de la cybernétique. Le cerveau est comparable à un grand ordinateur et la structure mentale est l’ensemble des «programmes» ou des fonctions, qui ont été stockées, ou «apprises». La variation de celles-ci détermine la variation des capacités globales de l’ordinateur: la structure psychique est l’ensemble de ces fonctions, qui varie selon les individus. Au départ on apprend les fonctions les plus élémentaires: cette mémorisation initiale de fonctions, qui constitue le noyau primaire de l’appareil mental, module tout apprentissage successif et progressif des mémoires; et de nouvelles fonctions, et des contenus, qui ne sont pas séparables les unes des autres. De cette manière, l’appareil mental apprend et, en même temps, s’autoconstruit, dans ces capacités même d’apprentissage. (3)
Tout apprentissage dépendra non seulement des potentialités du hardware (le cerveau de l’homo sapiens) mais aussi de l’input ou des ensembles d’inputs: c’est-à-dire que nous devons rechercher dans le sensoriel l’origine de la structuration de ce que l’on mémorise. En considérant les relations objectuelles primaires en tant que matrice de la construction de la structure mentale, pour expliquer le début de la construction nous devrons déterminer les premiers et les différents inputs ainsi que les premières organisations et les premières mémorisations en termes de premières fonctions protomentales qui se forment, chez l’enfant, à partir de la relation. Dans cette reconstruction, qui concerne justement ce que les psychanalistes appellent les affects primaires et les objets internes, nous nous heurtons à une difficulté basilaire: si nous partons de l’enquête sur comment les inputs sensoriels peuvent s’organiser en engrammes perceptifs ayant une signification, nous devons expliquer comment la première mémorisation aura lieu, du moment que, pour qu’il y ait mémorisation, il doit y avoir perception et que, pour qu’il y ait perception, les processus psychiques de reconnaissance, de lecture et, par conséquent, de mémoire précédente, sont nécessaires.
L’input neurosensoriel en soi, considéré en tant qu’entité ponctuelle (simple stimulation de simples cellules réceptrices) n’entre pas dans la mémoire: il n’entre pas dans celle biochimie qui se dépose dans le R.N.A., et il ne se conserve pas non plus longtemps comme trace bioélectrique. L’input doit être «lu», pour être mémorisé: pour la lecture il doit y avoir une reconnaissance des «ensembles» qui le composent. Pour qu’un «ensemble» soit «lisible», il faudra par conséquent être en présence d’une trace mnestique qui constituerait l’unité de lecture homologue: tout cela en correspondance de ces événements neurophysiologiques qui sous-tendent la reconnaissance perceptive, ou pour mieux dire, la «lecture» des éléments qui, ensuite, donneront lieu à la perception.
Une série de questions se présente alors. Comment les premières unités de lecture se forment-elles? Quels sont les «ensembles» d’inputs qui constituent la première mémoire? Existe-t-il des ensembles qui sont mémorisés en soi et qui pourraient ensuite constituer les premières unités de lecture? Autrement, si même pour les premiers inputs des unités de lecture sont nécessaires, comment la première «fonction» qui permet la première mémorisation peut-elle commencer? Il y a un problème «d’assemblage» des inputs neurosensoriels simples, qui permet ou qui ne permet pas que leurs traces soient mémorisées. Pourquoi et comment ces traces sont-elles mémorisées? Quelles sont les caractéristiques de ces premiers assemblages de traces d’ensembles, qui constituent les premières protoreprésentations et, par conséquent, les premières perceptions? Quelles sont les modalités d’assemblage, et des inputs et de leurs traces respectives qui permettent la constitution des premières «fonctions», lesquelles, à leur tour, permettent les premiers apprentissages? Y a-t-il des ordres divers et graduels de protoreprésentations? Quelles sont les modalités d’assemblage respectives? En termes neuropsychophysiologiques, c’est dans toutes ces questions que nous pouvons localiser l’explication d’autant de questions psychologiques: que perçoit un nourrisson? Que perçoit un foetus? Comment celui-ci dépend-il de sa relation avec sa mère? Quelles sont les représentations (ou pour mieux dire les protoreprésentations) qu’un nourrisson (et peut-être même un foetus en grossesse avancée) doit, sans aucun doute, déjà avoir pour pouvoir percevoir? Comment celles-ci se sont-elles formées? Quel type d’apprentissage de l’expérience y a-t-il eu et quel type d’apprentissage cela permet-il? Comment se forme ce que nous appelons «affects»? Et comment dans la modulation des relations, leur développement continue-t-il?
Le nourrisson, et le foetus, n’ont pas de conscience: ce fait ne nous exempte cependant pas d’en considérer les processus de perception et, par conséquent, d’examiner quels en sont les engrammes protoreprésentationnels qui permettent une lecture perceptive. De la même manière, alors, nous pouvons étudier l’inconscient de l’adulte. La grille de Bion nous aide à ne pas considérer la perception et les autres processus conscients comme étant d’une nature différente de ceux inconscients. A ce point, toutes les questions que nous avons formulées ici, que nous l’ayons fait en termes explicatifs neurophysiologiques ou en termes descriptifs de l’observation propre de la psychologie expérimentale, sont-elles utiles à la psychanalyse? Quels concepts psychanalytiques s’y superposent-ils, en y trouvant l’explication? Par exemple, les objets internes, dont nous avons souligné (1991) la valeur protoreprésentationnelle pour les premières perceptions – connaissances: cfr. Money Kyrle – du monde, à quoi correspondent-ils en termes d’ordres de protoreprésentations et, par conséquent, en termes d’assemblage de traces d’inputs de différentes sensorialités? Est-ce que ce sont ces objets internes qui résident à la base d’un certain type de perception plutôt que d’hallucination? Et aussi, lorsqu’en psychanalyse on dit que l’objet réel absent est perçu comme s’il s’agissait d’un objet mauvais présent, quel type de perception le nourrisson a-t-il de ces inputs sur la base desquels se présentifie – c’est-à-dire est perçu – cet «objet mauvais»? Il ne s’agit pas seulement d’un objet d’affects, mais aussi d’un objet perceptif (Imbasciati 1993). En effet, le nourrisson peut s’effrayer pour un bruit inhabituel: ce qui signifie que ce bruit a été perçu (= lu, à travers une unité de lecture protoreprésentationnelle) comme s’il s’agissait d’un objet mauvais. Quelles unités de lecture protoreprésentationnelles ont-elles été mise en jeu? Ces unités, avec quelles traces de quelle sensorialité ont-elles été construites? Et lorsque l’enfant transforme les afférences entéroceptives de la faim en une perception d’objet mauvais extérieur, quel est le genre de protoreprésentation qui intervient? Il y a donc un continuum entre l’hallucination et la perception, et pour chaque degré de ce continuum des unités représentationnelles sont nécessaires.
Et encore, la psychanalyse (et Bion notamment) dit que les mécanismes schizoparanoïdes ne permettent pas de distinguer la réalité interne (objets mauvais) de celle extérieure, de sorte que celle-ci est perçue comme menaçante et différente de la réalité effective. Dans ce type de mécanismes, et de perceptions (ou hallucinations) conséquentes, quels types de protoreprésentations interviennent-ils? Quels assemblages de traces extérieures et internes sont-ils «mélangés» de sorte à ce qu’il y ait confusion perceptivo-hallucinatoire? Si nous considérons les processus inconscients de l’adulte et la présence de l’oscillation PS-D décrite par Bion, dans la polarité PS (schizoparanoïde), quel «métabolisme» de traces protoreprésentationnelles a-t-il lieu? De la même manière, à quels changements d’assemblages de traces protoreprésentationnelles le virage dépressif correspond-il? Est-ce ce dernier «réassemblage» qui permet l’apparition d’une perception adéquate à la réalité et, ensuite, la dimension consciente de la perception elle-même?
A ces questions, et à d’autres, j’ai essayé de donner une réponse en exposant ma théorie (1998): dans ce tableau, la naissance et la construction progressive de l’appareil mental sont «expliquées» en reconsidérant l’entier processus symbolo-poïétique en tant que construction de capacités fonctionnelles progressives. Ce développement est reconstruit en suivant deux voies parallèles et comparées pas à pas: celle psychanalytique, le long de la relation mère-enfant, et celle psychophysiologicocybernétique, concernant la réception, la modulation, le traitement des inputs correspondants qui existent dans la relation, jusqu’à être organisés en «traces», qui demeurent dans la mémoire dans le système comme base des premières capacités.
Je me rends compte que l’avalanche de questions que je viens de proposer, sans pouvoir décrire ici leur réponse, risque de déconcerter le lecteur et peut-être aussi de l’indisposer vis-à-vis des perspectives que j’affirme avoir été ouvertes par ma théorisation. D’autre part, je ne peux pas ne pas courir ce risque. Un isolement relatif, culturel et linguistique, dans lequel s’est développée ma production, augmente ce risque. Je pense, d’autre part, que ces derniers temps, justement, où l’IPA recommande que la psychanalyse s’ouvre à d’autres sciences (notamment à celles limitrophes), il pourrait être utile que je donne des nouvelles de mon travail.
Ma théorie ne prétend pas donner une réponse définitive à toutes les questions énoncées ci-dessus. Elle donne des réponses possibles à la recherche du «pourquoi» des processus psychiques et de leur développement. Dans ce sens elle se situe dans l’esprit qui animait Freud: chercher non seulement la manière de décrire et de comprendre les processus psychiques et, par conséquent, d’y intervenir dans la salle d’analyse, mais aussi leur explication, le «pourquoi». Freud l’a cherché sur la base de l’état des sciences neurophysiologiques de son époque et il a conçu sa théorie énergético-pulsionnelle: aujourd’hui nous devons le chercher en localisant d’autres voies, d’autres hypothèses, d’autres théories, sur la base de principes cybernétiques et de l’état actuel des sciences psychologico-expérimentales.
Résumé
L’auteur expose les prémisses épistémologiques de sa théorie sur la construction du développement mental, élaborée dans ses livres précédents. Freud a formulé sa théorie énergético-pulsionnelle non seulement pour comprendre le «comment» des processus psychiques, mais aussi pour émettre l’hypothèse d’un «pourquoi»: ces hypothèses ont été formulées conformément et en analogie avec les découvertes des sciences physiques et neurophysiologiques de son époque. Cette partie de la théorisation freudienne est aujourd’hui abandonnée, en faveur des théories des relations objectuelles. Celles-ci «décrivent» d’une manière plus adaptée la formation de l’appareil mental et son développement, mais elles ne «l’expliquent» cependant pas suffisamment. La description du «comment» est efficace, mais l’explication du «pourquoi» les fonctions mentales naissent et se développent est généralement laissée dans l’ombre. La Théorie du Protomental, élaborée par l’Auteur, est une théorie des relations objectuelles qui, partant des questions laissées sans réponse de Bion, se propose de supposer non seulement le «comment», mais aussi un «pourquoi» des fonctions psychiques. Cet objectif est poursuivi de la même manière avec laquelle opérait Freud, mais en se basant sur les sciences psychologico-expérimentales, psychophysiologiques et cybernétiques de notre époque et, par conséquent, en formulant une théorie différente.
(1) le terme de structure est ici utilisé non pas dans un sens biologique mais en tant que structure fonctionnelle acquise.
(2) Mon modèle sous-tend une position empiriste au lieu qu’innétiste: c’est-à-dire la valeur de l’expérience comme prédominante sur le biologique. Ce qui ne signifie pas une sous-estimation du substrat neural, qui me paraît, au contraire, aligné sur les études les plus récentes qui montrent le feed-back complexe entre la morphologie, la physiologie, l’apprentissage et de là, encore, la physiologie et la morphologie elle-même; la morphologie neurale également est modifiée par l’apprentissage (Oliveri, 1986).
3) Certains psychanalystes, lorsqu’ils entendent des mots comme apprentissage, lecture, mémoire et autres, habituellement peu appliqués aux affects, peuvent se sentir dénaturés de leur spécificité psychanalytique: cette spécificité est l’essence de la compréhension de la subjectivité, mais si nous voulons pousser notre connaissance vers l’explication, il faudra lui ajouter autre chose, qui ne lui nuira pas.